Señora
la Merced, abogada de nuestras penas,
dulce
paño de lágrimas
y
baluarte de nuestra dignidad.
A
ti acudimos, hombres y mujeres privados de libertad.
En
tu regazo maternal ponemos nuestros pesares.
Dios
te salve, Madre del Cristo,
libertador
de encarcelados,
fiel
compañero de infortunio y esperanza nuestra.
Serenísima
Madre, detén la espiral de violencia
y
ayúdanos a no combatir el mal con el mal.
Que
la indulgencia venza al odio,
y
la prudencia encamine nuestros pasos
por
la senda de la Justicia que tú quieres,
la
que endereza lo torcido,
la
que restaura y reconcilia,
la
que responsabiliza y repara.
Multiplica,
Madre de amor infinito,
los
esfuerzos de quienes se empeñan
en
dignificar y humanizar las prisiones,
y
de cuantos no reniegan de la causa
del
ser humano y de su suprema libertad.
Ayúdales
a ofrecer más oportunidades,
a
construir más puentes y a colocar menos rejas.
Virgen
de los privados de libertad,
de
los de cerca y de los de lejos,
no
nos abandones ni de noche ni de día.
Recuérdanos
que nuestro compromiso
es
abrir las fronteras, superar los muros de las prisiones
y
humanizar las leyes de extranjería, para que todos
nos reconozcamos como hijos del mismo
Padre.
Libéranos,
Señora de gracia,
de
cuanto nos ata y oprime.
Alcánzanos
la libertad de los hijos de Dios
y
los frutos redentores de tu Hijo.
Sé,
Virgen María,
Madre
de preso sublime,
el
norte que guíe nuestros pasos,
para
que nunca más tropecemos
y
tengamos la oportunidad
de
poder volver a empezar.
Ayúdanos,
Señora, a vivir en tu amor,
diferentes,
juntos y en paz, y haz presentes
nuestros
anhelos ante tu Hijo.
Madre
de todas las gracias,
no
mires nuestros méritos,
sino
la sinceridad de nuestra oración
y
llévale al Cristo preso
la
súplica del buen ladrón: “a pesar de todo,
‘Acuérdate
de mi Señor’”.
No
nos olvides,
Madre
de la Merced,
y
regálanos cuanto antes la anhelada
libertad.
Amén.
+
Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander y Encargado de la Pastoral
Penitenciaria